La madre vino varias veces a pedirme que le cuidara su hija, le dije en todas que no podía pero ella insistió hasta que al final se la cuidé. Eran las ocho de la noche cuando llegó por su pequeña de tres años, olía a bebida y sus ojos estaban rojos. La niña me abrazó como para despedirse de mí, no se soltaba de mi cuello, me apretaba fuerte y pronunció unas palabras muy bajito que yo no pude entender.
Al otro día la niña tocó a la puerta, sus manitos estaban frías y su nariz tupida. Le explique que no podía jugar aca, seguía insistiendo; le volví a explicar unas cinco o seis veces más, no quería entender quería entrar. Fuimos a buscar a su mamá pero no había nadie en casa. Me volvió a apretar el cuello. Yo tenía ganas de llorar, la cargué y la abracé como si fuera mi niña, hasta que se durmió.
lunes, 1 de junio de 2009
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3 comentarios:
te he dejado rosas en mi blog
triste y bella esta historia..
saludos
Emotivo. Pobre niña.
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